CAPITULO III

(ESTE POST CONTIENE ESCENAS DE CARACTER SEXUAL ) 

 

CAPITULO III

Girolamo se acercó a Da Vinci y cogió una de las manzanas de una fuente y se la tendió al artista y Leo cogió aire y sonrió sentándose en el filo de la mesa.

Leonardo miro los labios del conde y se descubrió pensando en que sentiría besándolos, quería hacerlo y si salía mal estaba seguro que sus tripas empezarían a formar parte del salón pontificio de Sant Angelo.

Extendió la mano para coger la manzana y el conde confiado se acercó a él con su típica sonrisa perversa.

Leonardo cogió el fruto y con la mano que tenía libre, se apoderó del antebrazo de Riario y tiro de el con fuerza, arrastrándolo contra su cuerpo.

Cuando sus pechos chocaron Leonardo le ofreció la manzana.

- Dicen que es el fruto del pecado. ¿Quieres un mordisco?

-Eso es algo que me encantaría sólo que prefiero cogerlo directamente de tus labios, artista.

Los ojos de Leo se abrieron con sorpresa pero no soltó a su.... ¿Enserio se iba a seguir engañando llamándolo amigo?

- ¿Entonces esto es lo que quieres de mí, Girolamo?

Leonardo mordió la manzana y la sujetó entre sus dientes, ofreciéndosela.

El romano asintió y sin dudar ni un ápice su boca se acercó a la del artista y mordió con sus propios dientes el trozo que Leo sujetaba entre los suyos.

Ambos podían sentir bajo las telas de sus ropajes como sus corazones se iban acelerando y cuando a la vez comieron, el trozo de manzana desapareció y sólo fueron ellos dos. Labios contra labios y lengua contra lengua y cuando los dedos de Riario se hundieron entre el pelo de Leonardo para profundizar el beso, el cerebro del artista dejo de pensar.

Tras unos minutos ambos se separaron y jadeantes se miraron el uno al otro.

- Deseaba esto desde que te he visto...Besas con verdadera pasión para ser un hombre pio, Conde.

- Y tú lo haces condenadamente bien para tener una lengua tan venenosa, artista.

Leonardo reflexionó sobre lo que acababa de ocurrir y pensó en todas las veces que estuvieron tan cerca de besarse a lo largo de los años y por fin se dio cuenta que la pieza que le faltaba nunca había sido Lucrecia, si no su primo bastardo.

Riario acarició los antebrazos que lo sujetaban y ladeo la cabeza mirando a Da Vinci.

Desde que sus caminos se cruzaron por primera vez, había sentido algo por el artista y esa era la razón por la que había intentado por todos los medios ponerlo al servicio de Roma.

Pensó en Zita y en Laura y descubrió que ninguna de ellas había logrado hacerle sentir lo que había sentido con el florentino.

La Iglesia consideraba una aberración que dos hombres mantuvieran relaciones, y él, como capitán general del Vaticano debía dar ejemplo, pero si tan mal estaba amar a alguien de tu mismo sexo, ¿por qué Dios había puesto en su camino al genio loco que tenía enfrente?

Se obligó a no pensar y a dejarse llevar y cuando ambos hombres volvieron a besarse, Girolamo supo que mataría a cualquiera que se interpusiera entre ellos.

Leonardo profundizó el beso y con presteza desabrocho los botones de la casaca del romano.

Sus manos ásperas por el trabajo acariciaron el cincelado cuerpo del conde y gimió cuando los dientes de este tiraron de su labio inferior.

No hacían falta palabras que guiaran los movimientos de los amantes y cuando los labios de Riario se desplazaron de su boca a su garganta, Da Vinci echó la cabeza hacia atrás, dándole mayor acceso.

Sentía ambas erecciones presionando la una contra la otra bajo las telas de sus ropajes y justo en el momento en que su mano iba a hacerse cargo de ellas, la puerta del salón se abrió y Leonardo empujó a Riario lejos de él, a la vez que se ponía en pie e intentaba poner algo de orden a sus vestiduras.

Riario echo mano a su daga y Leonardo negó con la cabeza.

El conde sonrió y se giró para enfrentarse a aquel que había osado irrumpir en lo que era Su casa.

Continua en el capitulo IV

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