martes, 1 de marzo de 2016

CAPITULO VIII




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CAPITULO VIII
El día venidero se aventuraba complicado y Riario no podía conciliar el sueño.

El conde daba vueltas en su cama con dorsel , pensando en que sería de él si el cardenal Giovanni salía electo como nuevo pontífice.

Sea como fuere, mucho temía que su mandato como capitán general del  Vaticano estaba llegando a su fin y se froto la cara nervioso.

¿A donde iba a ir? Estaba sólo en el mundo y lo único que tenía era a sí mismo.

Había sacrificado mucho y ahora que podía perderlo todo, la verdad lo golpeó de lleno.

Su vida entera había sido una espiral de pena y violencia y solo en su habitación, rompió en ahogados sollozos.


Leonardo tampoco podía dormir, pero por razones muy distintas a las del conde.

Su inquieta mente iba de un sitio a otro sin darle a penas descanso y se levantó de la cama, pensando que quizás algo de aire fresco ayudará a despejar su atribulada mente.

Antes de que quisiera darse cuenta, estaba encaramado a uno de los balcones ideando una manera de llegar hasta el otro lado del palacio.

Sus dedos se movían deprisa, contando, midiendo y calculando las diferentes rutas de escape y después de pocos minutos, ya había dibujado en sus pensamientos la estructura circular de Sant Angelo.

Con cuidado se descolgó por uno de los balcones, dejándose caer como un gato y cuando las antorchas de los guardias se movieron en la oscuridad, decidió hacer su recorrido con el menor escándalo posible.

No quería ser sorprendido rondando por la noche.

Después de un rato trepando y saltando de balcón en balcón llegó al que había deducido que sería el de Girolamo y empujó la ventana hacia adentro.

Todo estaba a oscuras y en silencio y se dejó caer dentro, llevándose un buen susto cuando la fría hoja de una daga se posó en su garganta.

-Soy yo...

Susurró hacia la familiar silueta que lo mantenía contra la pared, sujetándolo con fuerza.

Riario aflojo el brazo que inmovilizaba a da Vinci y alejó su daga con cuidado de no hacerle daño.

Se separó de él frotándose la cara, intentando borrar los rastros de lágrimas de sus ojos, pero cuando habló, su voz era más ronca y grave que de costumbre.

- Maldita sea. Podría haberte matado. ¿Qué demonios haces entrando por la ventana? ¿No te enseñaron a usar las puertas?

Se alejó del artista y se sentó en la cama, abrázandose a sí mismo.

Leonardo se dio cuenta enseguida de que algo no andaba bien y se acercó a Riario con cautela.

Estaba casi seguro de que el conde jamás le haría daño, pero tampoco quería tentar a su suerte.

- No podía dormir. ¿Puedo sentarme contigo?

Girolamo asintió y Leonardo se acomodó a su lado, apoyando la mano en el hombro desnudo del conde.

- No soy el único que no podía conciliar el sueño por lo que veo.

Riario volvió su rostro hacia el y el artista pudo ver como los ojos de su némesis tenían el brillo de las lágrimas.

- Estoy cansado, Leonardo. Estoy cansado de estar sólo.

- No estás sólo Girolamo. Yo estoy contigo.

Leonardo deslizó sus dedos entre los del conde y miro las manos entrelazadas en la oscuridad. 
Sus manos eran asperas y maltratadas en contraste con las finas y bien cuidadas manos de Girolamo y Leonardo sonrió al pensar que bien podían ser las dos caras de una misma moneda.

Sabía lo mucho que le costaba a ese hombre admitir sus debilidades y ver a un guerrero tan formidable mostrarse tan frágil ante él, le destrozada el corazón.

- Desearía consolar tú atormentada alma con algunas palabras, pero no sé qué decir, porque cuando te veo así, es la mía la que se rompe.

Un lamento ronco salió de los labios de Riario y Leo lo atrajo hacia su pecho, meciéndolo despacio.

Riario rodeó su cuerpo con sus fuertes brazos y cuando sus labios buscaron los de Da Vinci, lo hicieron con delicadeza, sin las prisas que anteriormente les había otorgado la lujuria.

Leo acarició su espalda, sintiendo como los músculos de Girolamo se movían bajo sus manos y se deleitó con las caricias, sabiendo que aunque pasarán mil años, el ya no podría olvidar como era sentirle entre sus brazos.

Los labios de Riario se deslizaron por la línea de su mandíbula a la vez que sus fuertes manos tiraron de la camisa de Leonardo, quitándola con urgencia y las manos del artista hicieron lo propio con el pantalón de su antiguo adversario y cuando no quedó nada entre ellos, Riario jadeo contra el aliento de su amante.

- Te deseo, Leonardo. Lo hago desde que nos conocimos.

El florentino cogió su rostro entre sus manos y lo besó con ansia, acariciando con sus labios los del romano, explorando con su lengua cada recoveco de su boca  y sonrió cuando se separó de él lo suficiente para coger aire.

- ¿ Lo recuerdas? Realmente, aquel día en la cantera, no quería matarte...

Leonardo río mirando al conde y este le devolvió el beso, tan ardiente como el fuego y susurró contra sus labios.

- Eres un jodido bastardo Da Vinci ... Me disparate con un cañón.

Riario empezó a reírse y Leonardo le empujó con fuerza sobre la cama.

- ¿Jodido bastardo? Que lenguaje mas soez, mi Lord. ¿Debo suponer que el pecador ha vuelto?

Riario sonrió mirándolo y apartandose un poco, Leonardo bajo y  se arrodilló entre las piernas del conde, acariciando los fuertes muslos con sus manos y lo miro con un brillo ingenioso en sus ojos verdes.

- O quizás sea la lujuria quien lo hace hablar así… Conde.

Leo deslizo su mano abierta por la erección palpitante y ardiente del romano y una sonrisa llena de promesas cruzó su rostro.

Riario se incorporó sobre sus codos y con destreza, enrollo sus piernas detrás de las rodillas de Leo,sus manos en su cintura y con un movimiento lo hizo caer, quedándose encima a horcajadas e invirtiendo posiciones.

- O quizás es sólo que contigo puedo ser yo mismo...Ni santo ni pecador, ni Ángel ni demonio... Contigo sólo soy Girolamo...

Leo se incorporó, cogiendo la cara de Riario entre sus manos y lo besó con demanda, queriendo darle en uno sólo, todos los besos que se había estado guardando.

Girolamo gimió, desplazando sus labios por la garganta de Leonardo y mordisqueo su piel, sintiendo como el pulso del florentino se aceleraba contra su lengua.

Subió de nuevo a sus labios y el artista jadeo contra su aliento, y cuando rodaron por la cama y Leo quedo arriba, Girolamo se dejó hacer, perdiéndose en las caricias y besos que Leonardo le prodigaba.

Leonardo descendió por su cuerpo, besando, lamiendo y mordiendo todo el camino hasta su sexo y cuando el artista lo tomó en su boca, Girolamo supo que podría morir allí mismo, debido al placer que recorría su cuerpo al sentir las eróticas atenciones de la su lengua.

Sus manos se crisparon sobre el pelo del florentino cuando este decidió explorar con sus dedos.

- Oh... Dios... No creo que pueda... Leonardo... Espera...
 

Susurró Girolamo contieniendo el alineto, pero Da Vinci no le hizo ni caso y continuo con sus húmedas caricias sobre el cuerpo del conde, cuya espalda se arqueo al sentir la invasión a la que estaba siendo sometido cuando los dedos hábiles del artista penetraron en su cuerpo.
Los suyos abandonaron el pelo del florentino,  crispándose en torno a las sabanas y sus caderas salieron al encuentro de las caricias que Leonardo le regalaba con sus dedos y su lengua, abriéndolo y preparándolo para el.

Girolamo gimió, abandonándose al placer que Leonardo le proporcionaba y cuando las atenciones del artista se hicieron más intensas, obraron magia en ál y estalló en un orgasmo, retorciéndose entre jadeos ahogados.
No podía pensar con coherencia y cuando Leonardo subió de nuevo por su cuerpo, mordiéndolo y lamiéndolo, Riario tiro de el e invadió su boca , atormentandola con su lengua y sintiendo su propio sabor directamente de los labios del artista.
El conde separó las piernas, rodeando las caderas del artista con sus muslos y bajo su mano entre sus cuerpos, acariciando la erección que pulsaba contra la suya.

- Girolamo...

Da Vinci echó la cabeza hacia atrás al sentir por primera vez la mano del conde en su miembro cuando acarició las dos erecciones, una junto a la otra y cuando los labios de Riario acariciaron su garganta, el aire escapó de su pecho y deslizó sus dedos por el pelo negro de su némesis, acercándolo más a él.

Riario mordió su garganta , lamiendo luego las marcas que sus dientes dejaron en la piel del artista y subió de nuevo a sus labios, saqueándolos con su lengua.

- Déjame poseerte... Déjame ser uno contigo, Girolamo.

Susurró Leonardo contra sus labios entreabiertos y como respuesta, el conde se arqueo bajo su cuerpo, guiándolo a su entrada.


-Hazlo Artista...Como tú dijiste, si existe un infierno, quiero que seas tú quien me lleve.

–No te voy a llevar al infierno, Girolamo… Contigo solo puedo ir al paraíso...


Leonardo se alzó sobre las palmas de sus manos y empujó despacio,abriendose paso en el cuerpo de su amante. 
Conteniendo el aliento, beso los labios del conde con dulzura, apartandose luego para poder mirar los profundos ojos castaños que lo habian hechizado y sabiendo que ya nada podria apartarlo de Girolamo.

Eran ahora y siempre el sol y la luna, unidos no solo en cuerpo, si no tambien en lo más profundo de sus almas.
Girolamo se aferró con fuerza a los bíceps del artista, clavando sus elegantes y largos dedos y apretó los dientes al sentir su invasión, pero ya no había vuelta atrás y tomando aliento, deslizo sus manos por los costados del artista, rasgando el camino con sus uñas hasta llegar a su culo y clavó los dedos en esas nalgas estrechas y duras.

Leonardo gimió y empujo un poco más, intentando controlarse para no lastimarlo.

Tenia un vago recuerdo de los dos, entrelazados de igual manera, pero alejo esa idea de su mente, atribuyéndola a una fantasía.
Gracias a los favores anteriores, la penetración apenas dolió y cuando Leo se deslizó completamente en su interior, ambos jadearon.
No hicieron falta palabras y cuando se miraron, fundiéndose en un ardiente beso, supieron que ese siempre había sido su destino.

Rivales, enemigos... Amigos y amantes.

Leonardo fue cuidadoso. Se movió despacio, sintiendo la calidez de Girolamo apretando su miembro y jadeo, bajando su cabeza para poder besarle mientras empujaba en su interior.

Los muslos del conde apretaban sus caderas y el artista deslizó sus manos hacia abajo, alzándolo de las nalgas y haciendo la penetración más profunda.

Girolamo gemía, con el rostro contorsionado en una mueca de placer, y Leonardo deseó poder capturar esa imagen en sus cuadernos para no olvidarla nunca.


- Eres hermoso, vita mía… Bello como un ángel caído…


Susurraba Da Vinci sin dejar de mirarlo. Sus movimientos se tornaron más rápidos, más profundos y levantando una de las piernas de su amante, la llevo a su hombro, besando y mordiendo toda la piel que podía alcanzar.

Girolamo, sentía como si fuera a romperse por la mitad, sintiendo una mezcla de dolor y placer, gimiendo por todo lo que Leonardo le proporcionaba y cuando su cuerpo estuvo al límite el maestro acarició la erección que palpitaba contra su vientre, moviendo su mano y sus caderas al mismo ritmo y poco después, ambos alcanzaron su liberación entre gritos ahogados de éxtasis.

Girolamo pudo oír un suave " Te amo" susurrando entre jadeos ahogados cuando Da Vinci derramo su placer dentro de su cuerpo. Un "te amo" que calentó su corazón tanto como las caricias y besos habían calentado su cuerpo.

Leonardo se desplomó sobre el pecho de Girolamo y este acarició su espalda, acunándolo contra él y cuando el artista miro esos ojos preciosos ojos oscuros y grandes rodeados de largas pestañas, y el deseo de tener lápiz y papel para capturar su expresión relajada, que por primera vez, lucia sin su caracteristico halo de tristeza, se hizo más intenso.

- Eres hermoso, Girolamo.

Riario enroscó un dedo en el pelo de Leonardo y lo miro detenidamente.

Su sonrisa cínica hizo acto de presencia y cuando habló su voz era de nuevo ronca y baja.

-No hay gracia en mi, Leonardo. Pero soy un hombre que ha aprendido a sobrevivir cuando la gracia falta.

Da Vinci asintió con la cabeza y beso su amplio pecho.

- Yo si veo gracia en ti, eres hermoso… Oscuro como un ángel caído, y eso es lo único que me importa ahora mismo.


-Poséeme de nuevo, Leonardo. Márcame de nuevo como tuyo y aunque sea mentira, déjame perderme en eso, aunque sea solo por unos instantes.


Leonardo lo miro y capturo esos preciosos labios entre los suyos, barriéndolos con su lengua, y cuando se separó para coger aliento, miro a Riario con los ojos entornados.


-Nunca te mentiría, Girolamo. He esperado demasiado, para que esto solo dure unos instantes...

Una hora más tarde, ambos estaban doloridos y agotados, pero felices de estar el uno con el otro.

Leonardo recorría el pecho del conde con su dedo, dibujando las formas de cada músculo que encontraba a su paso y sonrió cuando Riario lo miro con ojos semi cerrados.

- ¿Ocurre algo, camarlengo?

El conde estalló en risas y acuno la mano que lo acariciaba entre las suyas.

- No me llames así. En cuanto todo esto termine y el nuevo Papa sea ungido, voy a dejar todo esto de la curia. No puedo renunciar a Dios, porque yo soy su ejecutor, pero prefiero dedicar mi tiempo a otras cosas., me gustaría construir una fortaleza en Imola.

Leonardo asintió y se recostó a su lado, sin dejar de acariciarlo.

- Yo tengo que construir una biblioteca y un barco...

Ambos se echaron a reír y Riario giró sobre el artista, inmovilizándolo, mientras lo miraba con una expresión divertida.

- ¿Y a mí no me construirás nada, maestro? Yo he encontrado el libro de las hojas para ti, y quiero mi recompensa.

Bajo la cabeza, apoderándose de los labios de Leonardo y el artista envolvió sus caderas con sus muslos, provocándole.

Unos golpes en la puerta los sacaron de su ensoñación y Leonardo saltó de la cama como un resorte, recogiendo sus ropas a toda prisa.

Los golpes eran cada vez más fuertes y la voz de Lucio reclamaba al conde con urgencia y el apretó los dientes.


-Tengo que abrir...Lo siento.

 Tras ponerse una bata y ver a Leonardo salir por la ventana, abrió la puerta.


CONTINUA EN CAPITULO IX

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