sábado, 19 de marzo de 2016

CAPITULO XVIII





CAPITULO XVIII
Poco antes de la media noche, Riario se dirigió hacia la parte más alta del castillo, seguido de cerca por cinco guardias.
Había sido un poco complicado disuadir a Da Vinci para que no lo acompañara, pero al final el artista había comprendido y acomodándose en el suelo, se dedicó a hacer bocetos de sus inventos, mientras esperaba el regreso de su amante.

Riario llego al apartamento Papal y apretó los dientes al ver que la antigua habitación de su padre había sido acondicionada para acoger al cardenal durante su estancia en Sant Ángelo.
La rabia bullía en sus venas, pero logro mantener la calma y cuando se adentró en la amplia estancia, pudo ver como Battista le esperaba, sentado cómodamente  leyendo un libro frente a la chimenea.


Girolamo frunció el ceño al leer el extraño título de Malleus Maleficarum en una de las tapas y se sintió incomodo no reconocer el volumen.

- Buenas noches, Girolamo. Me agrada saber que has reconocido mi firma. Siéntate por favor.

-Prefiero estar de pie, si no es molestia para usted, eminencia.

Contesto el conde cortésmente.

Battista parecía demasiado cómodo en ese entorno y eso molestaba sobremanera a Girolamo.

-como quieras entonces.

Battista hizo un gesto con las manos.

-No me andaré con rodeos. Sé que tú y el hereje da Vinci tenéis el libro de las hojas en vuestro poder. No os pertenece. El legado de las nefelinas solo puede pertenecer a la Santa Iglesia y por esa razón tiene que ser custodiado en los archivos vaticanos.
Si no me entregáis en libro antes de que finalice en conclave, hare de vuestra existencia un infierno.
Por otro lado, no puedo permitir que el Gonfalonier Papal sea acusado de sodomía. Mi trato es el siguiente. Te casaras con mi sobrina Catalina, y yo no acusaré a tu precioso artista de herejía. Si te niegas a contraer matrimonio, da Vinci será torturado y quemado en la hoguera y tú serás el siguiente. No voy a aceptar una negativa. ¿Sabes lo que es esto, Girolamo?

Battista le enseño el libro y Riario, que permanecía impasible, negó con la cabeza.

-Es el Malleus Maleficarum. Es uno de los tratados sobre la persecución de brujas que pienso instaurar cuando sea elegido Papa. ¿Sabías que los lunares suelen ser un signo de brujería?


Girolamo volvió a negar con la cabeza y mantuvo su vista fija en el cardenal, sin apartar la mirada.

Battista bebió de su copa de vino y miro a Girolamo con una expresión que lo invitaba a desafiarle.


-Creo recordar que el artista Da Vinci tiene un lunar cerca del ojo... Sería una desgracia que alguien lo acusara de ser un brujo  y tuviera que pasar por un juicio de la inquisición.

Girolamo gimió al recordar a Torquemada y empezó a sentir como el terror atenazaba su estómago.


-Basta...Me casare con Catalina, pero por favor, no le haga daño a Leonardo.


Battista miro con evidente regocijo al conde y bebiendo una vez más del vino de su copa, sonrió a Riario.


-Ahora empezamos a entendernos, querido Girolamo. Puedes irte. Mañana partirás hacia Milán y traerás aquí a la que será tu esposa,  y ni se te ocurra avisar de ninguna manera a Da Vinci, porque lo sabré y entonces los dos arderéis en la hoguera por vuestros crímenes.


Riario no podía permanecer más tiempo en esa habitación. Sentía que el aire no  llegaba a sus pulmones, tenía sus manos sudorosas, imaginarse una vida sin su artista era vivir el infierno en la tierra.

-Girolamo recuerda que eres el capitán general de la iglesia, por lo que debes cumplir las órdenes que se te dan.

Hablo Battista por lo que Riario se paró y se quedó mirando la puerta con la mirada perdida.

-Lo sé....

Susurro con un hilo de voz.


Al estar a punto de abrir la puerta para regresar a donde Leonardo, oyó la voz del cardenal hablándole de nuevo.

-Una cosa más, dime Girolamo... dime, ¿Que se siente ser la puta de un hereje?


Mientras hacía girar el pomo la puerta, el Pecador susurro en su cabeza.

"Battista debe morir...Yo soy el único que puede torturar a Da Vinci, gusano"


Girolamo apretó las manos con tanta fuerza que media lunas de sangre se marcaron en sus palmas y Battista comenzó a reírse con evidente regocijo, mientras Riario salía de la habitación, intentando controlar su furia.


El conde no se paró a despedirse y salió todo lo deprisa que podía hacerlo sin correr y una vez fuera, se encontró sólo.
Los supuestos hombres de confianza con los que había ido ya no estaban allí, y  se apoyó contra la pared de piedra, intentando llevar algo de aire a sus pulmones.


¿Cómo iba a decirle a Leonardo que se iba a casar con una de las bastardas del duque de Milán para salvarle la vida? 

CONTINUA EN EL CAPITULO XIX

1 comentario:

  1. Me imagino a Leo como un nene chiquito tirado en el piso dibujado

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