sábado, 9 de abril de 2016

CAPITULO XXVI





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CAPITULO XXVI

Unas horas más tarde, Leonardo se despertó, envuelto en una bruma de placer que hacía que su cabeza diera más vueltas que cuando fumaba la leche de amapola.
Sentía el calor de Girolamo a su espalda, sus labios en su cuello, besando y acariciando su vena con la lengua y una de sus manos rodeando su miembro y gimió, echando la suya hacia atrás, para poder posarla en la cadera de su amante.

La otra  mano del conde se paseó por su pecho, acariciándolo y bajo por su estómago, con una delicadeza que el artista no había experimentado nunca.


Leonardo boqueo, en busca de aire cuando los dedos de Girolamo apretaron en su erección y se meció hacia atrás, sintiendo como la de su amante frotaba la parte baja de su espalda.
Podía sentir como los aros que decoraban el cuerpo de Girolamo arañaban la   piel de su espalda y gimió, intentando darse la vuelta para poder capturar los labios de Riario entre los suyos.
El conde río suavemente y mordisqueo los tendones de su cuello, a la vez que su mano se movía más deprisa y el artista echo la cabeza hacia atrás, pensando por unos instantes que seguía dormido y soñando.
Da Vinci clavo los dedos en el muslo de su amante con fuerza, instándole a que fuera más deprisa, pero Girolamo siguió meciéndose contra el al mismo ritmo que marcaban sus caricias en el miembro de Leonardo y cuando con un gemido ronco, el artista se derramó entre sus dedos, el romano aprovechó esa humedad para preparar la entrada de su amante.

Con un movimiento hábil, Girolamo encajó una de sus piernas entre las de Leonardo, obligándolo a separar las suyas y mordiendo el músculo de la clavícula del artista, se guio a si mismo al interior de ese cuerpo que aún se estremecía con los temblores del orgasmo.
Leonardo jadeo, clavando sus dedos más fuertes en la cadera de Girolamo cuando sintió como su miembro lo penetraba despacio, sintiendo también el aro que lo decoraba arañando en el sitio perfecto y un gemido gutural salió de su pecho.
Girolamo nunca lo había tomado desde atrás y las sensaciones que le provocaba el pecho caliente del romano contra su espalda, lo hacían gemir, sintiéndose completo.
Girolamo besaba sin parar el hueco de su clavícula, su cuello, su nuca y Leonardo sentía que podía enloquecer debido al placer que lo elevaban tan tiernas atenciones.


-Dios...No sabes lo mucho que te he echado de menos... Te necesitaba tanto...


Susurro Leonardo girando un poco su cabeza, movimiento que Girolamo aprovecho para besar sus labios, apenas rozándolos con una suave caricia.


-Yo también te necesitaba, Leonardo... Siempre...


La voz del conde era baja y grave y susurrada contra los labios del artista, lo hacía estremecerse tanto como lo hacían sus atenciones y Leonardo se sentía muy cerca del orgasmo de nuevo.
Una de sus manos bajo hasta su erección y la otra se entrelazo con la que rodeaba su pecho y gimió cuando Girolamo abrió su pierna, arrastrando hacia atrás la de Da Vinci y haciendo que la penetración fuera más profunda.


-Oh...Joder... ¡¡¡Si!!! Así, Girolamo...


Leonardo echo la cabeza hacia atrás y empezó a temblar de nuevo entre los brazos de su amante. Riario acelero sus movimientos en el momento justo y ambos estallaron casi a la vez, entre jadeos ahogados.


Ninguno de los dos dijo nada, pero no hacían falta palabras, mientras ambos se recuperaban y cuando al fin Riario hablo, Leonardo ahogo una alegre risa.


-No eres más que huesos, Leonardo, y me estas clavando la cresta de tu pelvis en la ingle...


Da Vinci se giró entre sus brazos, y posando una de sus manos en la nuca del conde,  lo atrajo hacia sus labios.

-Oh, lo siento, mi lord... No parecía importarle demasiado cuando me estaba follando, hace escasamente dos minutos.


Leonardo rio antes de atrapar los labios de Girolamo con los suyos.

Poco después, ambos se levantaron y tras asearse un poco, Leonardo recogió su camisa destrozada del suelo y se la quedó mirando.


-Creo que mi mala fama va a aumentar cuando los guardias  me vean aparecer con esto.


Riario se situó a su espalda, rodeando su cintura con sus brazos y beso su cuello con dulzura.


-No te preocupes por la ropa. Dentro de un rato te hare llegar prendas nuevas, pero lo primero es lo primero. Debemos conseguir algo de comida para echarle a esos huesos que tienes por todas partes.


Girolamo rio, mordisqueando desde atrás una de las clavículas de Leonardo.


El artista suspiro y acaricio su rostro con las puntas de sus dedos, girando lo justo para poder atrapar sus labios entre los suyos.


-Pero pueden vernos... No quiero que te arriesgues por mí. Si quieres puedo salir yo primero y nos vemos en mi taller.


El conde negó con la cabeza y apretó un poco más su abrazo.


-No. te dije que no iba a dejarte nunca más. No quiero estar separado de ti más que lo necesario,  aunque tenga que contener mi amor por ti en público, no pienso dejarte. Además...Tenemos un sudario que crear, ¿no?


Da Vinci se giró, mirándolo con sorpresa y ladeo la cabeza, extrañado de que Girolamo supiera de su encargo.


-¿Cómo sabes que es lo que estoy haciendo?


Riario sonrió alzando una ceja y miro con lujuria el torso desnudo de su artista.


-Hay pocas cosas de las que no me entere en mi propia casa, Leonardo.... Ahora vayamos a por algo de comida y ropa, y luego veremos cómo seguir con el encargo de Inocencio. 

CONTINUA EN EL CAPITULO XXVII

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