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CAPITULO XLIV
Todo estaba a oscuras y
no se veía nada. Leonardo estiro las manos y tocando su piel desnuda frunció el
ceño.
-Señorita Gianni... ¿estas
llorando?
Pregunto el artista al oír los gemidos ahogados de la chica, pero ella no contesto. Sabía que si hablaba, su voz la delataría y se quedó en silencio, intentando levantarse, pero se había enrollado en la sabana y no era tarea fácil.
Leonardo siguió palpando
para asegurarse de que era ella y de repente se oyó un sonoro chasquido y empezó
a escocerle la cara donde la chica le había dado un bofetón.
-¡¡¡Quita tus manos de
mis tetas, joder!!!
Protesto Luca levantándose
de encima y Leonardo a su vez se quejó por el golpe.
-Perdón... Joder, yo que sabía
que eran tus tetas. Pensaba que era un brazo... ¿porque estas llorando?
-¡¡Por tu puta culpa,
Leonardo!!! ¡¡¡ Tus ideas son una mierda y tú eres un imbécil pomposo y creído!!!
Luca se levantó salió
corriendo hacia su habitación, y Leo se levantó confuso del suelo, frotándose
la cara donde ella le había golpeado. Pensó en seguirla, pero se sentía
desconcertado.
En otras circunstancias
seguro que se habría encarado con ella, pero después de horas y horas de sexo
se sentía completamente exhausto y decidió que con la luz del día ella ya se habría
calmado y podrían hablar tranquilamente.
Prosiguió su camino hasta
el taller y vio a Sandro dormido, desnudo y roncando suavemente y las piezas se
juntaron en su cabeza como los engranajes de uno de sus inventos.
Creía saber lo que había
ocurrido, pero no la creía que Luca fuera tan estúpida para haber echado por
tierra sus planes y tras coger un poco de tintura de opio, volvió a la habitación
con Girolamo, quien lo miro con curiosidad.
-¿Todo bien, caro? He oído
a Luca gritándote...
Leonardo se encogió de
hombros y tras echar unas gotas de tintura de opio en una jarra de vino, sirvió
dos vasos y volvió a la cama, sentándose al lado del cuerpo desnudo de su
Girolamo.
- No lo sé, pero creo que
algo va mal entre Luca y Sandro... Toma, bébete esto... Contrarrestará los
efectos del tónico y nos hará bien a los dos.
Murmuro Leonardo tendiéndole
el vaso al conde, y Riario se incorporó sobre sus codos, cogiendo el vino y
bebiendo un pequeño trago.
- Esto sabe a rayos,
Leonardo...No comprendo como podéis beberlo tan alegremente tú y Botticelli.
Protesto el conde
haciendo una mueca, pero se lo bebió todo y dejo el vaso en el suelo, junto a
su camastro y paseo su mano por los abdominales de su artista cuando él también
se bebió el vino y se tumbó de nuevo a su lado.
- No sé a Sandro, pero a mí
me ayuda a calmarme...
Leonardo se inclinó hacia
Girolamo y atrapo sus labios en un húmedo beso, saqueando su boca despacio y
sin prisas y Girolamo hundió sus largos dedos en la melena desordenada del
artista, y jadeo contra su aliento, sintiendo las húmedas caricias de la lengua
del maestro contra la suya.
Ambos estaban agotados y
doloridos pero cuando Riario deslizo una de sus manos por la espalda de
Leonardo, y lo acerco más a su cuerpo, noto como la erección del artista
pulsaba contra la suya y sonrió contra sus labios.
-¿Todavía no has tenido
bastante, mi caro?
Susurro el conde y
Leonardo negó, acariciando la cadera de Girolamo con su muslo.
-Contigo nunca es
suficiente, mi amor... Podría quedarme eternamente entre tus brazos y el único
alimento que necesitaría sería el de tus besos.
Sus palabras murieron en
un jadeo cuando con un movimiento, Riairo dirigió su erección a su entrada y lo
penetro despacio, mirándolo a los ojos y Leonardo echo la cabeza hacia atrás,
sintiendo como el miembro de su amado se abría paso en su interior y el
pendiente que el portaba arañaba en el sitio perfecto, como siempre, proporcionándole
un placer que solo Girolamo había sabido darle.
El artista paseo sus
manos por la parte inferior de la espalda de su conde, hasta clavar los dedos
en los músculos de su trasero perfecto, acercándolo más a su pecho y se mordió
el labio al sentir la erección perlada que acariciaba su estómago.
La posición era un poco
incomoda, con ambos de lado y frente a frente. Casi no podían moverse, pero
para Leo, tenerlo en su interior era más que suficiente.
Girolamo bajo sus besos por
la garganta y el cuello del artista, mordiéndolo con delicadeza, y Da Vinci sintió
que podía morir de felicidad.
El opio empezaba a hacer
su efecto y ambos se sentían flotar, mientras se iban adentrando en la bruma
del sueño, pero lejos de retirase, Riario apretó mas fuerte a Leonardo contra
su cuerpo.
-Yo también podría
quedarme así eternamente, mi caro... Solo contigo siento la paz que necesito...
Gimió el conde subiendo
para volver a besar los labios del artista y Leonardo se giró, hasta quedar
tumbado en la cama y Riario giro con él, quedándose encima y siguió embistiendo
despacio, mientras Leo anclaba sus piernas a sus brazos, quedando totalmente
expuesto para él.
Da Vinci se sentía volar,
sintiendo los suaves embistes de Girolamo y se aferró a sus hombros, incorporándose
un poco para poder besarlo.
Girolamo sonrió contra
sus labios y una de sus manos se coló entre sus cuerpos rodeando la erección de
su artista entre sus dedos y lo acaricio despacio, al mismo ritmo con el que lo
penetraba.
Leonardo creía morir de
placer, y uno de sus pies bajo para empujar el trasero del conde, instándolo a
ir más deprisa.
Poco a poco, sus
movimientos se volvieron más rápidos y más fuertes y Leonardo fue el primero en
estallar con un grito contenido, casi ahogándose en el placer que su amante le
proporcionaba y Girolamo lo siguió, estremeciéndose y vaciándose en su interior
mientras jadeaba el nombre de su amante como si se tratara de una plegaria.
Poco después, cuando los
estremecimientos de ambos hubieron cesado, se dejó caer sobre el pecho del
artista, intento recuperar la respiración.
Sentía un ligero mareo
debido al agotamiento y al opio y con cuidado se retiró del interior de
Leonardo y se tumbó boca arriba, tapándose los ojos con el antebrazo y jadeando.
El artista se acurruco
contra su cuerpo y el conde sonrió, pasando un brazo alrededor de los hombros
de su amor y lo atrajo hacia su cuerpo, sintiendo la piel tibia y perlada de
sudor del maestro contra la suya y trago saliva con dificultad, sintiendo su
voz más ronca que de costumbre cuando hablo.
-Te amo, Leonardo y
quiero que seas mío...
Dijo Riario todavía cubriéndose
los ojos. Sentía la mente nublada, pero era algo que deseaba decirle a Leonardo
desde hacía tiempo, y el opio hizo que se desinhibiera, confesándole a su
amante su deseo más profundo.
Leonardo rio débilmente,
besando su pecho y acaricio su estómago con delicadeza.
-Ya soy tuyo, vita mía...
Lo soy desde que ambos entramos en la Bóveda Celeste.
Riario negó, intentando
explicarse.
-No me entiendes...
Quiero que seas mío de verdad. Que te unas a mí...
Leonardo entreabrió los
ojos y lo miro con curiosidad, aunque debido al cansancio y a la droga lo veía
un poco borroso.
- ¿Me estas proponiendo
matrimonio, señor de Imola?
Riario asintió, todavía tapándose
los ojos y Leonardo asintió también, pasando su pierna sobre las del conde. Su
capacidad de reacción estaba seriamente mermada y aunque entendía perfectamente
las palabras de Girolamo, sus pensamientos parecían ir por libre.
-No podemos casarnos...
Somos dos hombres y tú este casado con Caterina y yo con Ima.... Creo.
Murmuro Leonardo
arrastrado la voz y Girolamo se echó a reír, sintiendo como la nube de la
inconsciencia iba cayendo sobre él.
-Me da igual...Quiero que
seas mío...
Leonardo lo pensó unos
segundos y apoyando su cabeza sobre el pecho de su amante, asintió.
-De acuerdo
entonces...Seré tuyo y tú serás mío, Conde de Forli...
Riario aparto el brazo
que cubría sus ojos y miro hacia abajo, alzando una ceja al ver que Leo se había
quedado dormido, roncando suavemente y con un suspiro murmuro:
-No ha salido tan romántico
como yo pensaba, pero me alegro de que me aceptes...
CONTINUA EN EL CAPITULO 45
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