CAPITULO XLIX
-¿Crees que algo de lo que
hemos vivido esta noche ha sido real?
Pregunto Girolamo sin atreverse
a mirar a hacia atrás, aunque llevaban ya varias horas cabalgando y ya
empezaban a divisar la ciudad.
Leonardo sonrió encogiéndose de
hombros.
-¿Qué es la vida si no un sueño
dentro de otro sueño, Girolamo?… A veces el delgado velo entre lo irreal y lo
real se rompe y suceden cosas que escapan a nuestra comprensión y nuestros
demonios vuelven para atormentarnos.
Riario chasqueo la lengua y
negó con la cabeza.
-No es lo que te he preguntado,
Da Vinci. Me refería a si realmente hemos recibido la visita de Carlo y de la
signiora Clarisa.
-Lo creo muy probable, pero no
es algo de lo que tengamos que preocuparnos. Todos tenemos nuestros demonios y tú
mismo me dijiste que los muertos no pueden hacernos daño. Aunque por un momento
pensé que estábamos defenestrados…
Leonardo estiro los brazos por
encima de su cabeza, desperezándose y haciendo crujir los huesos de su espalda.
- Oh, joder… Que ganas tengo de
llegar… No me siento el culo después de tantas horas a caballo.
Mascullo el artista
refunfuñando y el conde lo miro
divertido por debajo de los cristales oscuros de sus gafas de sol.
-Eres un quejica, Leonardo,
pero estaré encantado de aliviar el dolor de tus músculos cuando lleguemos a
Florencia. Me encantaría probar ese aceite de pachuli de nuevo…
-¿No tuvo bastante la última
vez, mi señor?
Leonardo sonrió, con la mirada
llena de amor y pensó que Girolamo lo era todo para él.
-Contigo nunca es suficiente,
mi caro. Podría pasarme horas entre tus brazos, y si muriera allí, sabría que
he me has llevado al cielo.
Sonrió Riario y Leonardo se rio
por sus palabras.
-Puede ser muy delicado con sus
palabras, cuando se empeña, mi Conde…
Girolamo sonrió, guiñándole un
ojo y el artista sintió que todo su ser
temblaba con una fuerte ola de deseo.
Poco rato después, ambos
llegaron a las puertas de la ciudad y Riario pudo observar un pequeño tumulto de gente que gritaba y se
quito las gafas, para poder observar con más atención.
-¿Qué ocurre ahí? ¿Están
linchando a algún criminal?
Pregunto estirando el cuello
para poder ver mejor.
Leonardo se bajó de su montura
y el conde lo imitó y tras atar a sus caballos y ambos se dirigieron hacia
donde se congregaba la gente.
-¿A qué viene tanto escándalo?
Pregunto Leonardo a una mujer,
que sostenía a un pequeño en brazos.
-La Guardia del Papa Inocencio
está aquí. Están realizando registros por toda la ciudad. El santo padre ha
dictaminado una bula papal en la que todos aquellos que no se rijan por las
normas de la Iglesia, serán acusados de brujería.
Leonardo asintió, sintiendo como el terror se empezaba
a apoderar de él, y vio prudente esquivar al ejército y miro a Riario fijamente,
con una sombra de miedo en sus ojos verdes.
-Sofía… Tenemos que
encontrarla.
Sin perder ni un segundo, ambos
cogieron sus caballos y con presteza se dirigieron hacia la Vía Larga
esquivando a la gente que salía al paso.
Al llegar, apostaron de nuevo a
sus caballos en uno de los establos, y con celeridad entraron en el estudio de
Botticelli.
Al abrir la puerta todo era un
caos. Muchas de las obras de Sandro
estaban volcadas y tiradas por el suelo y era evidente que alguien había estado
revolviendo.
Leo sintió como el pánico se
adueñaba de él y empezó a llamar a Sofia y a Zoroastro a gritos, sin obtener
respuesta.
Riario desenvaino su espada a
medida que observaba el caos que imperaba en el estudio y registro la casa en
busca de la familia de Leonardo, pero tras echar un vistazo rápido, intento
tranquilizar al artista, que nervioso se mesaba el pelo, levantándolo en
desordenados picos.
- Tranquilízate, Leonardo. Tu
familia no está aquí, pero tampoco hay
sangre y a pesar del desorden, tampoco signos de lucha, Da Vinci… Buscaran lo
que buscaran, mis hombres ten por seguro que no era a tu hermana ni a su
familia. Probablemente Zo y Sofia huyeran
al escuchar el estropicio y estén en tu estudio.
-¿Qué buscaban entonces? Mira
todo este caos, Girolamo… Esto ha sido una ofensa hacia nosotros.
Leonardo pateo uno de los cuadros, mandándolo lejos
mientras buscaba como loco por todas partes, levantando los lienzos, como si su
hermana, él bebe o Zo pudieran estar debajo y echo mano de su espada al oír una
voz crispada detrás suyo.
-¿Por qué cojones le habéis
hecho a mi estudio?
Gruño Botticelli mirando su
estudio con cara de pasmo.
-Joder, Sandro…No hemos sido
nosotros. ¿Tú sabes por qué han hecho esto?
Pregunto Leonardo mirando a su
alrededor y Botticelli negó con la cabeza.
-Acabo de llegar y no tengo ni
jodida idea de porque hay guardias apostados por toda la ciudad. En nuestra
ausencia algo grave debe haber ocurrido.
-Inocencio ha dictado una bula
papal para luchar contra la herejía…
Susurro Riario enfundando su
espada y se unió a los dos artistas, que observaban la estancia con la
preocupación marcada en sus rostros.
-¿Dónde está Luca? Ella es
vulnerable.
Pregunto agachándose a recoger
uno de los lienzos volcados. Sandro sonrió como un estúpido y se agacho también
para recoger e intentar poner un poco de orden.
-Se ha quedado en el mercado. Está
buscando hierbas para sus ungüentos, pero es una chica lista. Si se ve en
problemas, sabrá como lidiar con ellos.
Botticelli miro su estudio, sin
saber por dónde empezar a recoger mientras Leonardo rebuscaba por todas partes
como un loco y Sandro puso los ojos en blanco.
-Da Vinci…Deja eso ya. Tu
hermana no está bajo ningún cuadro, y su bebe tampoco. Tranquilízate, pongamos
un poco de orden y luego e iremos a tu estudio.
Leonardo se meso el pelo
nervioso y miro a los dos hombres apretando los labios con rabia.
-No es a mi hermana a quien
busco, zoquete. La sabana del cristo no está.
Se la han llevado.
Sandro abrió la boca para decir
algo, pero se vio interrumpido por unos guardias que entraron en su estudio con
las espadas en alto.
-Por orden del Santo Padre
Inocencio, quedáis arrestados.
Riario frunció el ceño confuso
y se acercó a los miembros de su ejército, con las manos en alto.
-Giulio… Os ordeno que bajéis
las espadas. Ninguno de estos dos hombres es una amenaza. Por el amor de
Dios…Son artistas al servicio del Santo padre.
El soldado se cuadro ante el
conde y negó con la cabeza, a la vez que los demás guardias tomaban formación
ante la puerta, con las espadas en posición de ataque.
-Mi señor. Soy yo quien os
ordena que soltéis a las armas y vengáis con nosotros sin oponer resistencia. Hay una orden de arresto hacia
los artistas Leonardo Da Vinci y Sandro Botticelli y una hacia usted, mi
capitán.
Riario abrió los ojos con
sorpresa, y con un movimiento rápido desenfundo su espada, haciéndola girar en
su mano.
-¿Cómo osáis ofenderme así? Soy vuestro capitán y puedo hacer que os
ejecuten por desacato. ¡Quitaros de en medio y exijo que nos dejéis marchar
para que pueda deshacer este maldito entuerto!
Mascullo Girolamo, escupiendo
las palabras con rabia.
El solado Giulio negó con la
cabeza y levanto su espada hacia Girolamo.
-Lo siento mi señor. Pero las órdenes
del Santo padre son claras. Usted y los artistas Da Vinci y Botticelli tienen
que acompañarnos a Roma.
-¡¡Y una mierda!! ¡¡Anda y que
os follen!!!
Grito Sandro y con un movimiento
rápido golpeo y desarmo al guardia y blandió la espada ante sí, dispuesto a prestar pelea.
-¡¡¡Iros!!! ¡¡Leo!!
¡¡Marcharos!!!
Mascullo Sandro cargando contra
los guardias y Riario puso los ojos en blanco, negando con la cabeza.
-¿Y dejar que te cojan? Tú
sueñas, Botticelli. No te salve la vida, para que ahora te la juegues como un
imbécil.
Leonardo se rio, poniéndose en
posición de ataque también, a la vez que hacia girar su espada en su mano.
-¿Queréis apresarnos? Pues
intentadlo, cabrones. No nos vais a llevar con tanta facilidad… Tendréis que
pagar con sangre, y mejor la vuestra que la nuestra.
Con un grito, los tres hombres
se lanzaron contra los guardias, con las espadas en alto y en un segundo se armó
un pandemónium.
Los alaridos de dolor resonaban
por encima del chasquido del metal contra el metal y los guardias se dieron
cuenta enseguida que estaban en desventaja.
El Conde y los dos artistas
eran duchos en el manejo de las espadas y las fuerzas de los guardias iban
mermando poco a poco, debido al cansancio y a los golpes recibidos.
Los pocos guardias que quedaban
en pie, cercaron a Riario y a los dos artistas, que espalda contra espalda,
intentaban desviar todas las ofensivas.
Ninguno de los hombres se dio
cuenta de que parada ante la puerta, y sentada a horcajadas sobre un bello
corcel blanco, había una hermosa mujer de cabellera rubia, observándolo todo
sin mostrar ninguna expresión en su bello rostro.
Cuando los guardias que
quedaban en pie fueron derrotados, ella se adentró en el estudio, espoleando a
su caballo y los tres hombres se giraron con un sobresalto a mirarla.
-¡¡¡¡ Caterina!!!
Susurro Riario mirándola mientras
intentaba recuperar el aliento.
Caterina sonrió, y desenvaino
su espada, posándola con elegancia sobre la garganta de su marido.
-No podéis escapar, querido…
Fuera hay más de 50 guardias y todos están bajo mis órdenes. Rendiros y mi tío y yo seremos clementes con
vosotros.
Leonardo y Sandro se miraron
entre sí, jadeando por el cansancio sin entender nada de lo que estaba pasando.
-Mi señora… ¿Qué es lo que
hemos hecho?
Pregunto Leonardo mirándola
directamente a los ojos y ella sonrió, con una mueca de evidente desprecio.
-¿Y todavía tienes la osadía de
preguntar, Da Vinci? Por tu culpa soy el hazmerreir de toda Italia… Tú has
embrujado a mi marido, instándolo a cometer sodomía y herejía y los tres seréis
juzgados por ello.
Riario apretó los labios con
rabia, mirándola con odio y sintiendo como la fría hoja de acero acariciaba su
garganta.
-No eres más que una maldita
arpía…Lo tenías todo preparado…
Caterina se rio, mirándolo con
asco.
-Pues claro que sí, querido…
¿No te diste cuenta de que te estaba utilizando? Pobre Girolamo… Sabía que ese
artista te haría perder la cabeza…Literalmente.
CONTINUARÁ.
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